sábado, 15 de noviembre de 2014

Cuento: El visitante

Como todos los viernes 13, Alfred esperaba en su lujosa mansión al misterioso carro negro con vidrios polarizados que  ocultaba todo lo que estaba en su interior.  Cuando eran las seis de la tarde y el sol había sido desplazado por la oscuridad de la noche, cuya luna brillaba inmaculada, Alfred corrió sus cortinas rojas de terciopelo, las auténticas cortinas que habían adornado el Palacio de Versalles hasta la Revolución Francesa, se asomó  por la ventana  y divisó ansioso aquel auto que parecía estar siempre allí.
Su mayordomo abrió la puerta y le dio la bienvenida a Marco, el Todopoderoso. Le decían así porque era capaz de conseguir todo lo que le pidieran así estuviera en los lugares más recónditos del mundo. Tenía en sus manos una caja cubierta por una tela negra, tan negra como su mirada, que parecía del mismo color de la noche.
Sentado en su sillón rojo y tomándose una copa de coñac,  Alfred miraba atento sus pinturas colgadas en la pared. La Manisidia, Las dos Esperanzas, La Dame del Cuervo y otras obras que se habían pintado en el Renacimiento y que se las había traído, quien sabe cómo, Marco.  El Todopoderoso entró a la sala e instantáneamente la atención de Alfred, el excéntrico millonario, se puso en la caja cubierta por la tela negra.  

Entonces, Marco, como siempre, dejó la caja en la mesa de trueque, así la llamaba Alfred. El Todopoderoso tomó su pago, mil onzas de oro puro, debidamente pesados.  La gente decía que Alfred era tan rico que tenía una bodega llena de lingotes de oro,  diamantes y piedras preciosas. Y era cierto, tenía tanto oro que no sabía qué hacer con él. Se acercó a la mesa  como un felino acechando a su presa, cogió con su dedo índice y pulgar la capa negra que cubría su caja y la jaló como si fuera un mago mostrando un truco.
Ahí estaba, la última cabeza de chamán que completaría su colección. Ya tenía  los cráneos momificados de un Tayrona, de un Muisca, un Quimbaya, un Calima, un Zenúe y solo le faltaba una de la tribu San Agustín.  Era una caja de  vidrio que guardaba una cabeza bien momificada y correctamente maquillada, con los ojos bien grandes y vivos y la boca medio abierta.
 De pronto, mientras dormía, se levantó con gotas de sudor en su frente, con la sensación de que lo observaban. Entonces,  de su armario tomó la escopeta que había pertenecido a un coronel alemán de la Segunda Guerra Mundial. Bajó las escaleras con pasos silenciosos, revisó las alarmas, los cuartos de colecciones, la sala y todos los lugares de su mansión. No había nada, todo estaba en orden. Pensó entonces en subir a su dormitorio y volver a conciliar el sueño.  Cuando le faltaba solo un escalón para estar en el segundo piso escuchó un sonido, fue como un estruendo para sus oídos y una certeza de que alguien estaba en sus aposentos. Revisó de nuevo con una paranoia obsesiva cada rincón, pero  no había nada más que el silencio taciturno de la noche. Pensando que eran ideas de su imaginario se sirvió el que sería su último coñac y se sentó en su sofá rojo.
 En ese instante una sombra invadió la sala, Alfred sintió unas manos fuertes, poderosas, frías y decididas que apretaban su cuello. Poco a poco esas manos le iban quitando la respiración y en la larga agonía de la muerte, Alfred recordó la advertencia constante de Marco, El Todopoderoso: “Estas cabezas son de los chamanes más poderosos y sabios de las diferentes tribus precolombinas. Cuenta la leyenda que ellos no pueden ser sacadas de su entorno y si usted lo hace la magia que las acompaña seguirá viva y no descansarán hasta volver a su lugar de origen”. Evocó la imagen del carro misterioso, aquel que traía siempre sus objetos pero nunca mostraba la cara. Y en su último suspiro pidió perdón a la madre tierra y a todos sus dioses ancestrales.

Epílogo
A la mañana siguiente, los periódicos anunciaban la desaparición de los líderes de las tribus indígenas. Estas tribus se quejaban ante los medios de comunicación por la falta de seguridad que los había intimidado por meses. Un viejo sabio, de 90 años, de la tribu San Agustín comentaba que la noche anterior  había soñado con el gran chamán que le  decía que volvería a sus tierras para quedarse.   

jueves, 6 de noviembre de 2014

Desheredar lo heredado

En Colombia de acuerdo con lo establecido en la Ley 1185 de marzo 12 de 2008, Artículo 3º: “El Instituto Colombiano de Antropología e Historia, ICANH, podrá autorizar a las personas naturales o jurídicas para ejercer la tenencia de los bienes del patrimonio arqueológico (...)"  El artículo 72 de la constitución política sostiene que "El patrimonio arqueológico y otros bienes culturales que conforman la identidad nacional, pertenecen a la Nación y son inalienables, inembargables e imprescriptibles. La ley establecerá los mecanismos para readquirirlos cuando se encuentren en manos de particulares y reglamentará los derechos especiales que pudieran tener los grupos étnicos asentados en territorios de riqueza arqueológica”.

Las piezas arqueológicas son parte del patrimonio cultural de una nación. En Colombia este tema ha sido controversial por años. Por un lado, el ministerio de Cultura sostiene que estas piezas deben estar en museos para su preservación, transmisión a las futuras generaciones, promoción de las investigaciones arqueológicas, creación de museos y espacios adecuados para la exhibición delos bienes arqueológicos. Por otra parte, comunidades indígenas, como la de San Agustín, manifiestan que sacar estas piezas de su territorio rompe la magia que las rodea y las lleva a un deterioro y pérdida definitiva.

El gobierno y los mismos museos no han puesto atención total a las leyes que amparan la protección y preservación de elementos arqueológicos, dejando a flote el tráfico y el comercio de las mismas a los grandes coleccionistas sin que aún haya una política del Estado que acabe con este problema.


Colombia es un país que por años ha estado expuesto al saqueo  de sus piezas arqueológicas a pesar de que en la constitución  se considere una actividad ilícita. La política estatal en lo referente al patrimonio cultural de la Nación tiene como objetivos principales la salvaguardia, protección, recuperación, conservación, sostenibilidad y divulgación del mismo. Sin embargo, como lo afirma  el director del ICANH, no se cuenta con los recursos suficientes para proteger de forma adecuada el patrimonio arqueológico colombiano. Es decir que somos un país vulnerable debido a nuestras riquezas y además no tenemos las medidas para garantizar la seguridad de sitios arqueológicos por, entre otras cosas, los conflictos internos del país. No contamos entonces con una caja fuerte que salvaguarde los tesoros de la gran casa colombiana.

El ex ministro de cultura del gobierno vasco sostiene que si la cultura está por fuera del ciclo económico siempre será pobre y, tal vez, con su comercio se acabaría el tráfico.  Lo que quiere decir el ex ministro es que tenemos que vender nuestra cultura, entre ella las piezas arqueológicas, negociarla con museos como el Louvre, el Prado, el Reina Sofía o el Metropolitan Museum of Art  para que Colombia se llene de dinero y nuestra cultura crezca. Pero las cosas no funcionan así, aquí en Colombia la plata, no toda, se pierde. Según el Plan Nacional de Cultura, desde 1990 a 1996, la inversión en este campo cayó en un 50 % y a partir de 1999 se vio una caída en los recursos de inversión al pasar de 78 mil millones en 1998 a 17 mil millones en 2001. No nos imaginamos cómo se manejaría y administraría ese dinero si el comercio de estas piezas fuera legal.  Eso sí, habría mucha plata para quienes gobiernan esta patria y, bueno, ellos decidirían las migajitas que se usarían  para el desarrollo cultural.  No sería muy divertido ver por fotografías las piezas que nuestros antepasados hicieron y que los presentes vendieron a foráneos. A pesar de que muchos países saqueados y compradores han firmado la convención de la UNESCO de 1970 para evitar el tráfico ilícito de bienes culturales, es obvio que las legislaciones han sido incapaces de frenar estos delitos. El ICANH ha calculado que unas 10000 piezas arqueológicas salen anualmente de Colombia ilegalmente. Y si esto es ilegal ¿Cuántas piezas saldrían legalmente?

En el 2003 se subastaron, en Christie’s París, numerosas piezas del patrimonio arqueológico colombiano denunciadas como saqueadas por las autoridades colombianas,  este es un ejemplo del descuido  del  gobierno  colombiano a la problemática del tráfico de piezas arqueológicas, lo que pone en evidencia que no hay una política de Estado firme en términos de protección patrimonial. No hay recursos suficientes para su protección. El Ministerio de Cultura, desde el ICANH, debería invertir más en el refuerzo de normas de protección y sanciones a los compradores y traficantes de piezas, crear una ley estable que, por decirlo así, haga temblar a los traficantes y no les dé vía libre para seguir sacando piezas artísticas como el vecino de confianza que toma todo “prestado” y nunca lo devuelve.